El septiembre de mis 17, al volver de Nueva York, la gente me preguntó qué era lo que más me había gustado de la ciudad. A muchos les sorprendió escuchar: El fantasma de la ópera, el contraste entre especies y Tiffany’s, de la Quinta Avenida.
Tiffany’s fue como un sueño, me sentí Audrey Hepburn durante unos segundos, me invadieron unas ganas locas de vestirme de terciopelo negro y fumar cigarrillos extremadamente largos, interminables. Creí que era ella y actué como una copia repelente hasta el día siguiente, luego se me pasó.
Digna de admirar por ser natural, innovadora, espontánea...
Ni diva ni altiva, basta con ser sofisticada.
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