DALÍ

Dime la primera frase y yo seguiré el cuento…

Érase una vez un lugar que no se encontraba ni dentro ni fuera 

del mundo que conocemos, un pueblo con mar y olor a bondad. 

Allí vendían talento los romeos callejeros, las mujeres reían al rozar 

el límite de lo surrealista 

y los locos eran más conocidos como 'locuerdos'.

El día que Dalí resucitó, nació en aquel lugar un niño al que sus padres llamaron Sábado. El pequeño creció sin abrir el buzón de las críticas y así alcanzó la edad en la que dejamos de depender de los antojos adultos, 

y partió con la intención de limar su arte.

Pasó varios años leyendo El Principito y a veces, repasaba la historia de una gaviota llamada Juan Salvador. 

Al final se convirtió en observador: se fijaba en la naturaleza, aplicaba sus formas a la vida cotidiana, dibujaba amistades 

y las coloreaba con cuidado, para no salirse del contorno. 

Sus sentimientos acampaban en cualquier lugar sagrado y encontró la felicidad más allá de la boya amarilla que limitaba su playa. 

Él sabía que su desbordante imaginación podía condicionar cualquier decisión, tanto propia como ajena, porque cada vez que él dudaba, 

se derretían las velas.

Como la vida era lo suficientemente larga, decidió ir en busca de la virtud más relativa, la Belleza. Durante el camino encontró varias sonrisas de metro, se enamoró del amor y trazó a lápiz su propio destino, dejando abierto un final que escribiré cuando él me cuente más.

Hasta entonces, cada vez que me asome a nuestro pueblo con mar, procuraré compartir risas de pájaro con él, porque todos saben que el tiempo hace que volemos, pero somos nosotros quienes trazamos el trayecto. 

Yo elijo seguir jugando contigo a agrandar lo absurdo 

mientras brindamos al recordar lo pequeños que fuimos
y lo mayores que somos...

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Modelo principal: Gloria Luna

Texto y estilismo: Eugenia Soler